La colección atraviesa diferentes visiones y realidades en un juego constante entre la disimilitud y la paradoja. Reflejando la escenografía del desfile (protagonizada por un panóptico de papel negro, una sublimación de la esfera doméstica, un mundo en sí mismo) se utiliza un tejido a base de papel en una serie de vestidos, desgarrados y ceñidos al cuerpo, íntimos e impulsivos. Los gestos humanos animan las superficies: las huellas de la vida dan forma a las siluetas de las prendas, con tejidos rasgados intencionalmente, arrugas y pliegues que capturan la espontaneidad, como recuerdos de belleza incrustados en la tela.
La ropa de día y de noche entremezcla sus signos y significantes: los abrigos de ópera se fusionan con las chaquetas de piel, mientras que la sastrería toma prestadas largas colas de tela. Ropa para la intimidad del hogar en delicados tonos pastel se fusiona con prendas de abrigo, desdibujando dos realidades distintas. Al mismo tiempo, la noción del uniforme Prada, presente en bodies de popelín de camisa en colores industriales, denota una realidad minimalista. Los accesorios se proponen en napa antigua y con superficies patinadas, prensadas y arrugadas que reinterpretan las siluetas arquetípicas y clásicas de los bolsos Prada. Se exploran las polaridades entre el minimalismo y la ornamentación, la ocasión y lo cotidiano; como en la vida real, se observan, exploran y adoptan dicotomías imprevistas.